Recuerdo como hace algunos años chocaron el carro en el que me transportaba. Estaba pasando por un túmulo cuando repentinamente sentimos, junto con mi esposa, el impacto. Al bajar a ver que había sucedido mi rostro seguramente reflejó la tristeza al ver el vehículo destrozado en la parte de atrás. La señorita que me chocó no dudó ni un segundo en reconocer su culpabilidad diciéndome “perdón, iba distraída hablando por teléfono y no me fijé”. ¿El resultado? Permanecí tres semanas sin carro en lo que lo reparaban ¿Y el de ella? Muy bien por fuera pero igualmente destrozado por dentro. La razón: una pequeña distracción.

¿Se ha dado cuenta cómo de igual manera muchos de los grandes problemas en los que nos hemos metido son resultado de pequeñas cosas en las que no hemos puesto atención? Una mala mirada, una respuesta en el tono equivocado, cinco minutos de atención no brindados. Cosas pequeñas que han desencadenado en grandes vacíos en nuestro corazón y que hoy lamentamos mucho.

Por esa razón es que se vuelve necesario estar atentos a los detalles. Son los pequeños detalles de actitud los que podrán marcar la gran diferencia en nuestras vidas: Disfrutar de nuestro trabajo, una respuesta amable a los demás, la gratitud que mostramos por lo que tenemos, el contentamiento manifestado por lo que hemos recibido, incluso el gozo mostrado en medio de las pruebas.

No deje que los pequeños distractores le roben la gran paz que Dios le quiere dar. Evite que la pequeñez de lo temporal robe aquello que sólo tiene un valor eterno. No deje que aquello que Dios pretende dé un gran fruto sea arruinado por una zorra pequeña. Él tiene grandes planes en su vida, y para ello debemos estar atentos a las cosas cotidianas, a esas cosas pequeñas que suceden todos los días