Posiblemente usted ha sido cuestionado con esta pregunta o a lo mejor usted la ha formulado a alguien más: “¿Qué haría si supiera que le queda un mes de vida?” Desafiante pregunta ¿no es cierto? Se usa en muchas ocasiones para llevarnos a reflexionar, para traer a nuestra mente la urgencia de establecer prioridades en nuestra vida y reconocer qué es lo verdaderamente importante de ella. Sin embargo, he venido pensando que, por lo menos en mi caso, esta pregunta me llevaría a responder con decisiones un tanto precipitadas.
El pensar en el corto plazo lo único que nos puede llevar a hacer es a actuar impulsivamente, algunos pudieran decir que dejarían el trabajo que están haciendo, venderían todos sus bienes para poder disfrutar de lo que ello les produzca, harían una peregrinación para visitar a todas y cada una de las personas que necesitan expresarles que les aman o a aquellos a quienes es necesario pedir perdón, se olvidarían de todo lo que hoy implica estrés y preocupación, en fin…
¿Qué pasa si le formulo otra pregunta, similar pero al mismo tiempo muy diferente a la primera? Esta iría más bien pensada en el largo plazo: ¿Qué haría si supiera que le quedan 100 años de vida? Esta pregunta nos da la oportunidad de pausar, de pensar, de reflexionar (igual nos quedan 100 años de vida no hay prisa en tomar una decisión), y nos lleva al dilema de ¿Nos gustaría vivir 100 años más con el tipo de vida que hoy estamos llevando? ¿Genera entusiasmo, pasión y – por qué no decirlo – diversión, diversión saber que tendríamos por delante poco más de 36,500 días de existencia?
Pensar en el largo plazo nos puede llevar a tomar decisiones mejor reflexionadas en nuestro presente. No podríamos abandonar nuestro trabajo de manera inmediata, pero si podríamos empezar a diseñar hoy el tipo de trabajo que quisiéramos tener en el futuro. No sería indispensable el peregrinaje en la búsqueda de personas que no tenemos tan cerca, pero si podríamos considerar el tipo de relaciones que hoy tenemos a nuestro alrededor, a lo mejor no nos desharíamos de todo lo que nos provoca estrés y preocupación pero podríamos empezar a tomar decisiones para que no fueran una constante en los próximos 100 años que nos queda por vivir.
¿Alocadas preguntas? Posiblemente, pero es precisamente en lo irreal que pudiera resultar la realización de ellas que podemos reflexionar sobre nuestro presente. No le pido que tome decisiones precipitadas, pero también le hago la invitación a que no se tarde mucho en tomarlas. La vida nos presenta diferentes opciones y en cada una de ellas tendremos que tomar decisiones que harán que, independientemente que nos queden 30 días o 36,500, podamos disfrutarla al máximo.