Durante mucho tiempo como cristianos, redimidos por la sangre de Cristo hemos limitado el sacrificio hecho por Jesús a la salvación de nuestra almas a fin de llevarnos a disfrutar de la Gloria celestial. Pero observe que indico que eso es limitar el propósito general que Dios tuvo al enviar a su Hijo a sufrir tantos padecimientos. Dios tenía planeado algo mucho más completo que el hecho de visarnos una entrada al cielo: deseaba que pudiéramos recuperar todo lo perdido en el cautiverio del pecado.

Para Dios es tan importante el hecho de nuestro futuro gozando de la Gloria celestial, como nuestro presente disfrutando de nuestra vida en su presencia de forma constante. Jesús vino a marcar total diferencia en el propósito que el diablo había estado ejecutando desde la caída del ser humano en desobediencia.

JUAN 10:10 El ladrón sólo viene para robar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundanci
a.

El diablo había robado la capacidad del hombre de serle fiel a Dios, Jesús vino a entregarnos nuevamente la libertad de poder escoger a quién servimos. El diablo había matado la relación con Dios, Jesús por medio de su sacrificio logró resucitar esa relación y darnos una nueva dimensión en la cual podemos disfrutar de la presencia de Dios en todo tiempo y lugar. El diablo había destruido la imagen personal que cada ser humano tenía sobre sí mismo, haciendo que nos identificáramos como seres viles, pecadores y alejados de la voluntad de Dios; mientras que Jesús vino a reedificar en nuestro interior la identidad real que desea llevemos a la práctica: de personas justificadas, libres, llenas de Su Espíritu para el cumplimiento de toda buena obra que nos han encomendado.

Vernos y vivir como esclavos del pecado es demeritar el sacrificio realizado por Jesús en la cruz. Es no darle la dimensión correcta a la obra redentora realizada por Él. Pero cuando comenzamos a vernos a la luz que nos brinda la pureza recibida por la sangre de Jesús derramada sobre nuestras vidas podemos entonces alejarnos voluntariamente del pecado, desarrollar el potencial puesto en nuestras vidas y llegar a ser las personas que Dios desea que seamos.

EFESIOS 2:10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.

Afirmar nuestra identidad, lo que realmente somos, se sustenta en la obra restauradora hecha por Jesús en la cruz del calvario y en la tumba vacía que dejó como evidencia de su victoria sobre la muerte del pecado.

1 CORINTIOS 15:10 Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no resultó vana; antes bien he trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí.

Si usted ha pasado su vida considerándose una persona que necesariamente debe recurrir a prácticas o hábitos pecaminosos, déjeme decirle que en la cruz del calvario usted podrá encontrar la solución a esta vida atada al pecado. Es allí donde puede encontrar la verdadera libertad. Es allí donde usted podrá hacer un nuevo comienzo en su vida y empezar a disfrutar el presente en toda la magnitud de la realización del plan destinado para su vida. Pecar ya no es una obligación, es una opción que tenemos delante de nosotros y que en la libertad adquirida por Jesús podemos rechazar.

DEU 30:19 Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra vosotros de que he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia,

Ahora está delante nuestro la opción de vida. Es un derecho gratis que se nos ha otorgado el recobrar no el “buen concepto” que deseamos tener de nosotros, sino la real identidad que Dios desea que asumamos para que vivamos como dignos hijos suyos.