Imagínese una vida completamente libre de temores. No hablo de ese temor que naturalmente nos protege ante situaciones de peligro real. Me refiero ese temor que nos paraliza para avanzar hacia nuestro sueños.  Esa sensación de impotencia o inseguridad que evita que avancemos en el mundo de lo desconocido pero que anhelamos que nos lleve hacia el futuro deseado.  ¿Qué sería si la fe y no el temor fuera su reacción instantánea ante las amenazas y situaciones adversas que pudiera estar atravesando en la vida? ¿Cómo sería esa vida? ¿Qué se atrevería a hacer? ¿Qué rehusaría seguir haciendo? ¿En pos de qué se dirigiría? Si su reacción al considerar las posibles respuestas estas preguntas es semejante a la mía, es muy probable que un sentimiento de gran emoción e incluso de sublime ilusión se esté anidando su corazón.
Alejar el temor de nuestra vida, probablemente no sea el remedio a nuestras circunstancias externas, pero si la solución interna para poder avanzar confiadamente en medio de una sociedad que está siendo amenazada por situaciones que han logrado posicionar el temor como un factor común en muchos de los ciudadanos.
Mientras para usted y para mi pareciera ilógica una vida libre de temores, para Jesús era todo lo contrario. Él no le parecía fuera de la razón la idea de vivir libre de temores, todo lo contrario lo que le sorprendía era precisamente considerar que pudiera existir el temor en nosotros. Es por ello que la pregunta de Jesús fue “¿Por qué tienen miedo?” (Mateo 8.26) En un mundo influenciado por situaciones atemorizantes Jesús se atreve a hacer esa pregunta. ¿La razón? Porque en Él mismo estaba la respuesta. Tal pareciera que al formular la pregunta, de manera retórica estuviera dando la respuesta: “No hay de qué temer, Yo estoy contigo”
Le invito a depositar su confianza en aquel que tiene todo lo necesario para brindarle la seguridad que es posible avanzar en medio de la adversidad libre de todo temor.