Todo estimulo exige una reacción. Es una ley natural, no la podemos obviar. Existen
estímulos sobre los cuales no se puede hacer nada en relación al resultado que
provocará. Igualmente aspectos naturales hacen que la ley de la siembra y la cosecha
sea precisamente eso: una ley sobre la cual no podemos ir en contra; sin embargo, sí
existen algunas (por no decir muchas) reacciones sobre las cuales los estímulos no
necesariamente determinarán su resultado: nuestras propias reacciones.
Bajo el modelo reactivo, podemos proceder impulsivamente. Un estímulo agradable
provocará, en términos normales, una reacción agradable hacia la fuente que lo
provocó y nuestra reacción externa hacia nuestro entorno igualmente será de manera
notoria agradable. Pero, cuando el estímulo no es agradable, provoca una
incomodidad o dolor, la respuesta que el modelo reactivo propone es justamente la
misma: queja, buscar provocar la misma incomodidad. Dicho en otras palabras el
modelo reactivo nos dice “pagar bien con bien y mal con mal”. Suena lógico, no
requiere mucha explicación pues ¿para qué se metieron en el problema de
incomodarnos? Ahora lo “justo” es que reciban un poco (o mucho) de lo que nos han
provocado.
El modelo proactivo, por su parte, propone algo distinto. La proactividad no está
relacionada únicamente con “hacer las cosas prontamente”. Cuando escuchamos la
palabra “proactivo” pensamos en aquellos anuncios de clasificados de empleo en los
que se solicita “patojo chispudo que no le haga feo a nada”. La proactividad va más
allá del activismo acelerado, se refiere al grado de responsabilidad que el ser humano
puede desarrollar en función del papel que desempeña en un hábitat determinado.
Tiene implicaciones no solo hacia lo que está obligado a hacer, sino hacia los aspectos
sobre los cuales puede ejercer influencia para lograr un resultado conjunto. La
proactividad es la esencia pura de la responsabilidad personal.
Bajo este modelo, un estímulo pasa por el filtro de la autoconciencia, imaginación,
conciencia moral y voluntad independiente, previo a la ejecución de cualquier acción.
Si bien analizaremos estos cuatro aspectos más adelante, es importante hacer énfasis
en este momento en cómo el modelo proactivo requiere un estado de conciencia que
el modelo reactivo pasa por alto. En este sentido, se trata de ver más allá de la
satisfacción momentánea que produce una reacción guiada por nuestros impulsos. En
este modelo se busca ir más allá de lo bueno y lo malo, ese filtro no es el parámetro
definitorio sino el punto de partida básica que se asume que hay conciencia en cuanto
él. La pregunta a responder es la orientada hacia hacer lo correcto.
Ser proactivo es un estilo de vida sobre el cual se trabaja de manera intencional, no se
construye de la noche a la mañana, tampoco se da con leer un artículo o una columna
en un periódico (aunque puede ser el primer paso). Ser proactivo es el resultado de
pequeñas acciones diarias que surgen de una planificación del tipo de vida que
deseamos vivir.