Nací para ser un buen segundo. Se lo digo en serio, Dios a lo largo de la vida me fue formando desde pequeño para ello. Fui el cuarto de cuatro hermanos (bueno, no fui el segundo pero si es múltiplo de dos), pero si soy el hijo del segundo esposo de mi mamá.
En el colegio donde estudié todo el tiempo me esforcé por ser el primer lugar de la clase, cosa que nunca conseguí: siempre quedé en segundo lugar. En diferentes oportunidades que tuve el privilegio de colaborar, había alguien a quien rendirle cuentas. Al involucrarme en el servicio del ministerio que significó un parte-aguas en mi vida, Libres en Cristo (espero compartir de esto en otra oportunidad), figuro como un colaborador de segunda posición dentro del mismo. Y hoy, trabajo en una organización donde mi principal rol no es el de destacar, sino brindar el apoyo a aquellos que son las figuras públicas y reconocidas. ¿Lo ve? Diseñado para estar en el segundo lugar.
Esta realidad de mi vida, lejos de convertirse en algo que me aqueja, me ha liberado: pues al aceptarla he también aceptado una de las aristas de la figura de mi propósito personal. Justo eso, junto con herramientas que me han sido útiles para aceptar y desempeñar esa función. La vida es demasiado maravillosa y muy corta como para desgastarnos en lamentos por no ocupar la primera posición. Al fin de cuentas, siempre habrá alguien superior que merezca llevarse el reconocimiento por ser El Primero. Es bajo ese cambio de perspectiva que nos daremos cuenta que, sin importar el lugar que ocupemos, tenemos el derecho a soñar y, más aún, la responsabilidad de ir con determinación a conquistar esos sueños.