Posiblemente usted sea de la generación en la que nuestros padres o abuelos solían decirnos “soñar no cuesta nada, realizar el sueño es lo que cuesta”.  Es igualmente probable que bajo esa premisa hayamos crecido creyendo que, todo lo que necesitábamos para realizar un sueño, era precisamente mucho trabajo, esfuerzo y perseverar intensamente.

Personalmente creo que esta es una verdad a medias, lo cual es una manera elegante para decir que no creo en esa frase.  Conforme visualizo en retrospectiva mi propia experiencia y analizo la de otras personas que he tenido la oportunidad de  conocer, me doy cuenta que el primer precio que se tiene que pagar para realizar un sueño es precisamente ese: soñar.

Soñar cuesta.  No es tan sencillo hacerlo.  Seamos honestos.  No es fácil ni mucho menos barato tener un sueño en la vida.  Las desilusiones están a la orden del día.  Los mata sueños se amontonan en una vida llena de rutina y monotonía para muchos.  La capacidad de soñar está siendo amenazada por actividades que, en algunos casos logran generar ingresos que brindan el engaño de llamarse “realización”, mientras que en otros casos ese “aliciente” tampoco aparece.

No quiero que me mal entienda.  Creo que en muchos de los casos se mantiene latente el espíritu de superación. La mejora y la búsqueda de nuevas oportunidades sigue siendo parte de nuestro estilo de vida.  Todos anhelamos más.  Sin embargo, al hablar de un sueño me refiero a ese deseo de hacer algo que trascienda más allá de nosotros.

Me refiero a ese sentido de logro y realización tal, que no solo generaría satisfacción, sino que daría una respuesta plena a la pregunta: ¿por qué estoy acá en esta tierra?  Pues ¿dígame si no es esa una (sino “la”) pregunta a responder en esta vida?

Intensamente se libra una batalla en nosotros: la de nuestra mente que enarbola la bandera de la razón, contra el corazón que busca sentir a más no poder.  En el medio queda nuestra voluntad, quien al final de cuentas tomará la decisión de a quién obedecer.

No busco decirle que seamos impulsivos y hagamos caso sin meditar a lo que nuestro corazón pide pero ¿no será cierto que nuestra mente ha ganado más batallas de las que debiéramos haberle dejado?

Los sueños en nuestro corazón se convierten en la guía que puede brindar respuesta a esa pregunta. Es por eso que soñar cuesta.  Soñar requiere pagar el precio de conectarnos con nuestro verdadero yo.  Soñar implica pagar el precio de hacer a un lado los paradigmas tradicionales que nos han venido diciendo que “eso nadie lo ha hecho antes” o que “no somos los adecuados para realizarlo”.  Soñar es ir más allá de lo que vemos en este momento, visualizarnos en una realidad distinta a la que pudiéramos estar atravesando.

El primer requisito para poder realizar un sueño es precisamente ese: conectarse con ese sueño.  Darle el permiso a su corazón de hacerlo.  Permitirle que hable, que se exprese que le arranque una sonrisa de ilusión al dejarle ver más allá del hoy.

Soñar cuesta, pero una cosa puedo garantizarle: vale la pena pagar el precio.